Cuando creció, su amo quedó tan prendado de su prudencia y virtud que la puso al frente de su casa. El renombre de sus virtudes se extendió por toda Francia y el rey Clodoveo II la tomó por esposa. No se volvió engreída, sino más humilde que antes. Su nueva posición le dio los medios para ser una verdadera madre para los pobres; el rey le dio la sanción de su autoridad real para la protección de la Iglesia y el cuidado de los pobres.


La muerte de su marido la dejó como regente del reino. En seguida prohibió la esclavitud de los cristianos, hizo todo lo posible por promover la piedad y llenó Francia de hospitales y casas religiosas. En cuanto su hijo Clotaire estuvo en edad de gobernar, se retiró del mundo e ingresó en el convento de Chelles.


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Aquí pareció olvidar por completo su dignidad mundana, y sólo se distinguía del resto de la comunidad por su extrema humildad, su obediencia a sus superiores espirituales y su devoción a los enfermos, a quienes consolaba y servía con maravillosa caridad. Al envejecer, sucumbió a la enfermedad y murió el 30 de enero de 680 d.C.


Es la patrona de los huérfanos, los niños abandonados, las viudas y los enfermos.