En 1348 viajó a Roma, adonde había ido su madre tras la muerte del padre de Catalina. El marido de Catalina murió al poco tiempo de estar ella en Roma, y durante los siguientes veinticinco años las dos mujeres utilizaron esa ciudad como base para peregrinar a diversos lugares, entre ellos Jerusalén.


Cuando no peregrinaban, dedicaban sus días a la oración y la meditación, a trabajar con los pobres y a instruirlos en la religión. Esta vida aparentemente tranquila no estaba exenta de peligros y aventuras. Jóvenes señores disolutos intentaron una y otra vez seducir a la princesa sueca. Tras el viaje a Jerusalén, Brígida murió, y Catalina se llevó el cuerpo de su madre de vuelta a Suecia, enterrándolo en Vadstena, en el convento de la Orden del Santo Salvador, que Brígida había fundado.

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Catalina se convirtió en superiora de la orden y murió el 24 de marzo de 1381, llorada como su madre por toda Suecia.